lunes, 5 de abril de 2010

Kafka : El castigo de Amalia (2)

Olga, hermana de Amalia, ambas hijas de la familia Barnabás, le cuenta al Agrimensor K los acontecimientos que sucedieron a ésta con respecto al funcionario del Castillo Sortini. El funcionario Sortini le envía una carta a Amalia y ésta despide despectivamente al mensajero y la rompe. Olga le cuenta al Agrimensor K que, “la carta era de Sortini,” y llevaba sólo por dirección el alias de la muchacha del collar granate. La carta respondía a la sensación de belleza que Amalia causó al funcionario Sortini. Añade Olga: “La carta estaba escrita en los términos más vulgares y obscenos que jamás había oído, y tuve que adivinar el sentido según el conjunto. (…) Todo lo esencial puede ser cierto, pero lo esencial es que Amalia no fue al hotel de los señores. (…) Pero Amalia, al no ir al hotel, hacía que la maldición cayera sobre nuestra familia y los malos modos que sufrió el mensajero resultaban imperdonables.” La maldición implica un castigo divino o sobrenatural que afecta no sólo Amalia exclusivamente, sino a la familia. La estructura familiar expresa vínculos punitivos generales.
“¿Pero de qué fatalidad me hablas?- preguntó K. ¿Y de qué abogados? No podía castigarse, ni con más razón castigarse a Amalia, a causa de la infame conducta de Sortini.
Sí- respondió Olga, se podía. No en un proceso legal, y no se la ha castigado directamente, pero la han castigado, a ella, toda nuestra familia, y empiezas a entender sin duda la gravedad de este castigo. Esto te parece increíblemente injusto, pero eres el único que opina así del pueblo. (…) Pero nosotras sabemos que las mujeres no podemos impedir amar a los funcionarios, pues los aman incluso antes, aunque lo nieguen obstinadamente cuando ellos las miran.” Olga considera autoridad y amor en las acciones activas y pasivas de la predestinación del poder.
Al comparar la situación de reprobación de Amalia y la suya, el Agrimensor K le dice a Olga:” Han jugado conmigo, me han echado de todas partes; aún juegan conmigo, pero ahora es necesario más ceremonia. He ganado de algún modo terreno y eso ya es algo. Tengo, tan ínfimo como sea un puesto, un verdadero oficio; tengo una novia que descarga del trabajo de mi profesión cuando otros asuntos me reclaman; me casaré con ella y me convertiré en miembro de la comuna.” El Agrimensor K no se halla en comportamiento conflictivo imaginario con los funcionarios del Castillo. Aunque su situación personal se vaya degradando en la búsqueda ingenua de su integración en la comuna.
Al contrario del entreguismo del Agrimensor K, Olga se abate por ella y su familia con los correctivos, que aguardan a su familia. La actitud de Amalia, ante la solitud de un funcionario del Castillo, indefectiblemente habrá de acercar efectos persecutorios de pobreza, aislamiento y hostigamiento de la comuna sobre su familia. Por la evidencia de la desgracia de la familia de Olga, Franz Kafka se plantea la racionalidad moral de culpa y expiación.
Al no encontrar la racionalidad, introduce los efectos del poder sobre los dominados. Franz Kafka se pregunta por la medida de equivalencia moral de culpa y castigo, ocultos e irracionales, en los actos de dominantes a dominados. Franz Kafka medita, en una coyuntura concreta de la historia, el concepto de las relaciones de poder. Éste incluye la presencia precaria de integración de las minorías en los conflictos de las sociedades europeas de la última década del siglo XIX a 1914. La novela “el Castillo” desvela también las dificultades sociales de permanencia en el poder de una minoría y sus métodos de superar las contradicciones que provocaban los desequilibrios catastróficos. La Gran Guerra se llevará al basurero de la Historia a los señores del Castillo y a su burocracia.
Franz Kafka debía conocer, como cualquier ciudadano ilustrado de su tiempo, la propaganda xenófoba interna de la superestructura del poder gubernamental, cuya finalidad era sobredeterminar, los conflictos económicos de las clases medias bajas, con la intolerancia religiosa y nacionalista. Las secuelas ideológicas de la intolerancia aparecían en una propaganda panfletaria, que habría de recaer en las minorías del odio de las clases medias bajas en bancarrota y de los intelectuales antiliberales. Las clases medias bajas sufrían las consecuencias de su decadencia desde la crisis económica de 1873, y su continuidad en los ciclos depresivos sucesivos y la desaparición legal de sus prácticas económicas e ideológicas gremiales. La concentración de capital de las nuevas unidades empresariales monopolistas y la superproducción de mercancía, con su tendencia al decrecimiento de los precios, las ganancias, la demanda, y la escasez de dinero crediticio, trasladaban la intolerancia xenófoba a los grupos de clase media baja. Esta clase media baja será la mayor protagonista en la aparición de la intolerancia prefascista ante grupos sociales liberales. Los líderes de la clase media baja nunca enlazaron los ciclos depresivos económicos a la estructura del crecimiento del capital industrial, mercantil y financiero, que conllevaba la desaparición de las empresas familiares gremiales. La inversión de la pobreza de la clase media baja en odio xenófobo constituyó la base de la propaganda revanchista y antiplutocrática de los grupos de extrema derecha. La miseria ideológica de la clase media baja fue exaltada por la propaganda política de extrema derecha, que incitaba al odio al liberalismo, la democracia, el sistema parlamentario, el antisemitismo y el antifrancmasonismo. La organización de grupos que exaltaban el poder de la violencia eran minoritarios, aunque su término fuese la eliminación violenta del enemigo político. Tanto los grupos de violentos de los Camelots del roi de Acción francesa, los violentos de Enrico Corradini, fundador de la Asociación Nacionalista italiana, perseguían la desorganización política de sus oponentes socialdemócratas o liberales. Los que están fuera de la comuna son los réprobos. Los apartados de la convivencia comunal. Los movimientos ideológicos conservadores de finales de siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX establecen la situación del réprobo como alguien que carece de comunidad. Para Charles Maurras, los judíos, los protestantes, los francmasones, eran los protagonistas de la acción diabólica contra la nación francesa. Eran la Anti-Francia. Lo habitual del nacionalismo de derechas era la antítesis de la democracia, pues la libertad e igualdad debían ser sustituidas por la obediencia y la disciplina. La difusión masiva del panfleto de los Protocolos de los sabios de Sión, desde 1905, que pretendía introducir, en las fijaciones de la conciencia política los detalles de una conspiración judía internacional para dominar el mundo. La propaganda preparaba la conducta vengativa. La intoxicación xenófoba formaba la lucha ideológica. Una ideología que incidía, en la crisis socioeconómica de las sociedades europeas, con la prensa y los libros, en difusores intensos de odio a las minorías de baja cobertura legal.
Es intencional, referente al odio y ocultamiento, la pregunta que se hace Franz Kafka a través de su personaje Olga: “¿Qué sabemos nosotros de los pensamientos de los señores?” La pregunta definitiva del hombre sobre un mundo social, que se le aparece dado y oculto. La marginalidad excluyente de las minorías había sido una constante histórica de clase en los sistemas sociales de dominio de clase. Los esclavos, los vasallos, los proletarios forman la base de dominio en el desarrollo de la Historia. Franz Kafka explica en el Castillo las acciones totalitarias de los centros de poder ocultos en el Castillo. Las articulaciones burocráticas que actúan para mantener los equilibrios de la violencia turbia de los que desobedecen y resisten a la opresión irracional. La Voluntad Totalitaria, que rige el movimiento de la historia, perpetúa la crueldad del odio y la ignorancia en las relaciones sociales de progreso.
Olga comunica, al Agrimensor K, la incertidumbre que había originado el rechazo de Amalia a la exigencia sexual del funcionario del Castillo. Amalia no quiere ser materia, un Objeto para Otro. Su actitud concreta, su valor de desobediencia para un Otro, que relaciona supervivencia con degradación. La culpa abstracta de Amalia incluye la finalidad ideológica y utilitaria de la culpabilidad y la expiación. ¿Hay que expiar por una culpa que sólo está en el pensamiento de los señores del Castillo? La pregunta de Franz Kafka pertenecía a la respuesta ante la propaganda xenófoba que se difundía en su época. Franz Kafka describe un Estado totalitario, donde las personas aparecen átomos de masas sociales angustiadas. Por esto dice Olga: “Se dice con razón que todos somos del Castillo”. Franz Kafka sospecha y delata el dominio de la culpa totalitaria que se ignora. La culpabilidad de Amalia permite a Franz Kafka discernir la culpa irracional, la desobediencia y la segregación. La falta que se comete desde la codificación legislativa. La desobediencia a cumplir lo que se ordena. La segregación como separación de un grupo social por razón de sexo, raza, cultura, o ideología. Confiesa Olga al Agrimensor K la segregación que padece su familia desde la desobediencia de Amalia y el aislamiento totalitario familiar: “Era sobretodo, miedos aparte, a causa del lado molesto de este asunto, por lo que se habían separado de nosotros, para no saber nada, para no hablar ni pensar en ello, para no ser alcanzado de una forma o de otra.(…) No éramos nosotros, no era nuestra familia quien estaba en juego, era sólo el asunto, y nosotros en función de que estábamos mezclados en él. Si, pues, olvidando el pasado, hubiéramos hecho el simple gesto de acudir, y demostrar con nuestra actitud que el asunto ya no nos inquietaba, cualquiera que pudiera ser el motivo de nuestra paz, y si el público hubiera adquirido así la convicción de que dicha historia, fuera cual fuese, no volvería a discutirse, todo se había arreglado y habríamos hallado en todas partes la solitud de antaño. (…) Pero en lugar de hacer esto, nos quedábamos en casa. No sé qué esperábamos, probablemente la decisión de Amalia. Había tomado el timón de la casa la mañana que recibió la carta y aún lo conservaba. Sin estallidos, sin órdenes, sin súplicas, únicamente con silencio. Nosotros, naturalmente, discutíamos mucho, de la mañana a la noche, todo era un cuchicheo continuo. (…) Barnabás, que entendía muy pocas cosas, no cesaba de reclamar enloquecido, explicaciones, siempre las mismas. Él sabía bien que los años descuidados que esperaban a los demás niños de su edad no existirían nunca para él. (…) Amalia no sólo debía llevar la pena, sino que comprendía el motivo. Nosotros sólo veíamos las consecuencias: ella vio las causas, el fondo. Confiábamos en no sé qué pequeños medios, pero ella sabía que todo estaba decidido. (…) Empezamos, no obstante, a sentir la pobreza. Los ahorros de nuestros padres se acabaron, nuestras fuentes se agotaron, y fue justamente en aquella época cuando los desprecios empezaron a manifestarse. Se dieron cuenta de que no teníamos fuerza suficiente para deshacernos de la historia de la carta y eso ya no se toleró (…), pero sentían la necesidad de cortar todo vínculo de unión con nuestra familia. (…) No se habló más de nosotros como de seres humanos, no se pronunció más nuestro apellido, se nos denominaba Barnabás, nombre del más inocente de todos, hasta nuestra casucha adquirió mala fama. (…) Todo lo que nosotros éramos, todo lo que teníamos, caía bajo un mismo desprecio”. Franz Kafka nos dejó en el castigo de Amalia uno de los textos históricos más brillantes de su narrativa sobre la culpa irracional y la segregación.

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